martes, 24 de enero de 2012

Historias (Anexos)

El nacimiento de un nuevo templo.

Fue un punzante dolor en el vientre lo que hizo a la joven caer de rodillas, desapareciendo aquel verdoso color de su piel al mismo tiempo que sus alas se escondían. La sangre corría por el vientre de la joven, dejando a la vista en su desnuda piel aquel corte que le habían provocado. “No… no puede ser” decía en la mente de la joven la dulce Aromé, quien aun no creía lo que estaba ocurriendo en su propio templo. La chica de cabellos rubios miro a quien le había atacado, soltando unas pequeñas lágrimas a medida que su corazón comenzaba cada vez a latir con menor intensidad- Lo siento Aromé… -susurró en un leve sollozo, cerrando sus ojos a medida de que caía al suelo, soltando un último suspiro antes de que su cuerpo dejara de funcionar. El druida, quien aun no comprendía nada, salió del cuerpo de la joven poco antes de su deceso, observando ahora a quien había propinado aquella herida en su templo, tratándose nada menos que la persona que había amado con tanta pasión. Sus motivos, nunca los dijo, solo de una forma cobarde enterró aquella daga de plata con inscripciones celtas en su vientre, rasgando este por completo, de lado a lado, y todo esto, en un momento de debilidad de la joven. ¿Quién podría creer que aquella traición fuese cometida? Ni ella misma había podido predecir aquel suceso tan trágico. Esto no podía seguir, debía de ser más cuidadosa, sabía que los humanos, seres vengativos y envidioso, podían causar algún daño no solo en su templo, si no en los demás seres del bosque. “Siempre temen a lo desconocido” decía constantemente a cada uno de los que lideraba. Druidas, no eran seres rencorosos, pero tampoco podían permitir de que mataran a cada uno de sus templos cuando se les antojase. Su estancia como espíritu no sería por mucho, lo tenía claro, pero debía de buscar a aquella persona apropiada para poder residir en ella, alguien con una gran fuerza espiritual, alguien que no cayera con facilidad en los típicos sentimientos humanos como su antiguo templo. Alguien que la frialdad fuese un gran don en su ser. Fueron aquellos pensamientos que rondaban su cabeza cuando fue que vio a aquella joven. Min Hyo Rin, una chica de no más de 15 años, quien al parecer su vida no era lo mejor del mundo.

Una mano masculina se levantó en el aire, dando con gran fuerza sobre la mejilla de la joven, dejando esta tirada en el piso, sintiendo como el dolor carcomía su cuerpo, dejando inclusive adormecida aquella zona, por la cual caían pequeñas lagrimas parecidas al cristal. - Deja de llorar –decía el procreador de la joven, quien comenzaba a sacarse el cinturón con torpeza y velocidad. Había llegado nuevamente borracho. Tomo ambos extremos del cinturón, levantando en el aire, dando un impulso para azotarlo contra sus piernas, inundando aquella sucia habitación de los gritos de la menor, quien cada vez lo hacía con menos intensidad, provocando mayor ira en el hombre. Quería escucharle gritar, que sufriera, pero de a poco se daba cuenta que los sentimientos y sensaciones de la joven desaparecía, inclusive las lágrimas dejaban de correr por aquellos pequeños arroyos formados en su blanca piel. No pasó mucho hasta que el cansancio llego al hombre, quien rendido soltó aquella improvisada arma, escupiendo sobre la joven con desagrado, para luego limpiar sus labios con una de sus manos. - Eres una puta igual que tu madre –dijo caminando hacia una pequeña mesa para tomar aquella botella de un ron barato, bebiendo de un trago el poco contenido que quedaba- Un día de estos te voy a enseñar lo puta que puedes llegar a ser cuando te haga mía –dijo mirando con determinación el ya formado cuerpo de la joven- Hoy tengo otros asuntos… -dicho aquellas palabras salió de la habitación, encerrando a la joven dentro de esta. - Espera… -susurraba la chica en el suelo, tratando de arrastrarse para ir en su búsqueda aunque todo fuese completamente inútil. El dolor que sentía constantemente la joven cada día era más y más invisible en su piel, no así esos moretones y heridas en sus piernas y cuerpo. ¿Dónde estaba Dios? ¿Dónde estaba la justicia? Eran las preguntas que en su mente vivían atormentándole constantemente. No entendía el por qué su padre le tenía en cautiverio de aquella manera. ¡Antes era todo tan hermoso! Oromë veía todo eso, cada día veía como su padre, un hombre de negocios y adinerado maltrataba a su hija en una antigua casucha alejada de la ciudad. Muchas veces el hombre estuvo a punto de violar a la joven, pero sus intentos por a, b, c motivo siempre eran fallidos, pero aun así, aunque aquella joven sufriese constantemente de sus abusos, no le odiaba, su corazón tan puro aun no podía encontrar el odio hacia aquel hombre. “Ella es la indicada” Pensó la druida, quien estuvo por un mes observando el comportamiento de la joven, quedando cada vez más fascinada ante la esencia de ella. Esa misma noche, la joven Hyorin había estado observando con determinación por aquella ventana el oscuro cielo de la ciudad, soltando suspiros constantes sin tener la noción de lo que ocurriría. - “Hyorin” –dijo una melodiosa voz en su mente, dejando a la joven completamente helada ante lo que escuchaba- “Hyorin no tengas miedo” –seguía de forma insistente la druida. Aunque sus palabras eran delicadas y de una forma inexplicable inundaba paz en la joven, esta seguía con aquel temor en su interior. - ¿Quién eres? –preguntó alejándose de aquella pequeña ventana, mirando a su alrededor con temor de haberse vuelto loca- No… -decía repetidas veces sin poder regular su respiración. - “Tranquila, no estás loca… soy Oromë, un druida, y he venido hacia ti para que seas mi templo” –decía con aquella paz en su voz. Una brillante luz comenzó a sumergir aquella oscura habitación, dejando a la joven sorprendida y a la vez temerosa ante lo que ocurría, cayendo de rodillas al suelo al mismo tiempo que unas lágrimas corrían por sus mejillas. Sus ojos de a poco se fueron cerrando a medida de que la luz se acercaba a ella, entrando en su interior con aquel permiso inconsciente que la joven le había dado. - “Hyorin… debemos salir de aquí” –dijo en su interior. La chica asintió sin saber bien como harían aquello, respirando con profundidad a medida de que se levantaba. Su cuerpo se encontraba moreteado y con signos de maltrato evidente, estaba sucia y con un poco de sangre en partes de su cuerpo. - ¿Cómo saldremos? –preguntó con nerviosismos observando fijamente aquella puerta que por fuera tenía un sinfín de candados y cadenas. - “Confía en mi… solo concéntrate, yo te ayudaré” –dijo nuevamente Oromë, quien esperaba la paz de la joven para poder escapar. La chica asintió con suavidad mientras cerraba sus ojos y respiraba con profundidad, dejando que todo aquel mal desapareciera. El silencio comenzó a abarcar cada sector de la chica, escuchando solo un leve viento que corría por el bosque cercano, sacudiendo las copas de los árboles, empezando a provocar leves silbidos en estos. A su alrededor, en aquella pequeña casucha, un circulo de polvo comenzó a crearse, cada vez aumentando debido al viento que se estaba formando. “Confía en mi” era lo único que rondaba en su mente, dejando que su alma se liberara, se abriera ante las nuevas energías que comenzaban a fluir en su cuerpo. Una fuerte ráfaga de viento comenzó a desordenar el lugar, moviendo sin control los cabellos de la joven, quien permanecía con sus ojos cerrados, moviendo su cuerpo con inercia. Ambos brazos se levantaron con lentitud, dejando sus palmas mirando al suelo, esperaría la señal. “Ahora” fue lo único que Oromë dijo en su interior, provocando que la joven abriera sus ojos al mismo tiempo que exponía la palma de sus manos, haciendo que aquel fuerte viento que había creado destrozara la puerta, la cual voló por los aires así como parte de la pared. El viento comenzó a decaer con suavidad hasta dejar todo completamente tranquilo. El bosque ante sus ojos estaba ya en paz y solo el dulce cantar de los grillos llegaba a sus oídos. - “Eres libre” –susurró Oromë en su interior, pero la joven no escuchaba, no sentía, no pensaba. Aquella escena era tan grande, tan maravillosa y tan lejana, que su mente aun no podía asumir lo que ocurría- “Hyorin deprisa, en cualquier momento puede venir tu padre… debes correr, ¡Hazlo!” –ordenó provocando que la chica comenzara a mover sus pies de a poco, dando leves y pequeños pasos hacia la salida, tomando una fuerte bocanada de aire mientras observaba la línea divisora entre su realidad de los últimos diez años y lo que vendría en adelante. - Gracias… -susurró mientras daba aquellos pasos de libertad, aquellos pasos que le hicieron olvidar el calvario, aquellos que por fin libraron su alma y le dejaron en paz.

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